domingo, 21 de febrero de 2010

Acerca de las drogas_el Periodico

de: http://elperiodico.com.gt/es/20100221/domingo/138754

Acerca de las drogas

Utilizadas para curar enfermedades, aliviar dolores y angustias, facilitar el encuentro espiritual y religioso con lo sobrenatural, mejorar el desempeño físico y mental, o simplemente para potenciar el júbilo, el divertimento y la socialización, las drogas han acompañado al ser humano desde tiempos antediluvianos. ¿Por qué, entonces, se destacan hoy en día sus usos médicos, a la vez que se reprime su empleo para fines lúdicos y sacramentales? ¿A qué se debe que algunas de ellas desaten una prohibición satanizante que ronda los límites del paroxismo, mientras que el consumo de otras no sólo es permitido, sino incluso fomentado por gobiernos y sociedades? ¿Es sensato, acaso, hablar de drogas “buenas” y drogas “malas”? A continuación se explican algunas nociones, se exponen algunos criterios y se derriban algunos prejuicios.

Por: Andrés Zepeda

El prohibicionismo y la condena al uso de ciertas drogas es un “remedio” que agrava el supuesto mal en lugar de contrarrestarlo. ¿Hipocresía o ignorancia? ¿Temor o estupidez? ¿Aborregamiento religioso o control social? No se trata aquí de hacer apología de su consumo, ni tampoco de glorificar sus empleos benéficos y sus efectos positivos –que los hay, y es justo reconocerlo–, sino de deslindar los hechos de las meras suposiciones.


Para ello, habría que empezar reconociendo que adictos los hay a muchas cosas, no sólo a aquellas sustancias llamadas “narcóticas”. Además de tabaco, alcohol, café y barbitúricos (tan drogas como cualquier otra, en un sentido estricto), se sabe de personas adictas al juego, a las relaciones sentimentales, a las compras, al orden, al sexo, a la religión, al dinero, a la velocidad, al trabajo, a la goma de mascar, al ejercicio, al poder, a la moda, a la TV, al internet, a las sectas, al chocolate, a la comida chatarra, a las bebidas carbonatadas y hasta a la salsa de tomate.


¿No es arbitraria, acaso, la pretensión de condenar unas prácticas y de justificar otras? El exceso de trabajo está íntimamente vinculado al índice de desintegración de hogares. El colesterol mata cada año a más personas que todas los estupefacientes –legales e ilegales– juntos. Pero el reto es no alarmarse, sino aprender a vivir con el riesgo. Sucede como con las tarjetas de crédito: el mismo retazo de plástico con el que unos se enganchan, endeudándose hasta el cuello y echando a perder sus propias vidas y las de sus familias, es también el que le permite a otras personas vivir de un modo más agradable, más cómodo y más seguro.

Definición y usos

Desde un enfoque médico biológico –no legal, ni moral–, se denomina droga a cualquier compuesto que, por parecerse mucho a sustancias originalmente existentes en el cuerpo humano, tiende a ser confundido por el organismo provocando algún tipo de reacción, aun tratándose de cantidades muy pequeñas. Esta reacción puede ser de tipo somático (como cuando se administra cortisona o penicilina), pero también, y además, puede afectar el sistema nervioso. En todo caso, se trata de sustancias capaces de lesionar y matar en proporciones relativamente leves: la ingesta de aspirina, por ejemplo, puede ser mortal en un adulto a partir de los tres gramos.


Droga es, pues, un compuesto potencialmente tóxico cuya administración, debidamente dosificada, permite efectos deseados en el paciente. Estos efectos –es importante aclararlo– no tienen por qué ser exclusivamente terapéuticos ni estrictamente curativos. Las drogas también se usan por motivos sacramentales o incluso para fines recreativos. De hecho, en muchas culturas la fiesta religiosa suele ser una ocasión propicia para la alteración de la conciencia, del mismo modo como en Occidente rara vez hay fiestas profanas en las que no se empleen drogas. En unas, el objetivo es facilitar el acercamiento a lo sobrenatural; en otras lo que se busca sin duda es aumentar el grado de unión entre los participantes, potenciando la cordialidad.


¿Buenas o malas? ¿Ventajosas o perjudiciales? Eso depende de la dosis, el grado de pureza, la finalidad de uso y, sobre todo, de la persona que las consume: muchos de los estigmas atribuidos a las drogas son producto de patologías presentes en determinados usuarios, más que de las sustancias propiamente dichas. Valga, otra vez, la analogía con las tarjetas de crédito para destacar que el empleo irresponsable por parte de algunos no debería ser causa suficiente para establecer controles y prohibiciones contra la población en general.

Medidas contraproducentes

Nadie con dos dedos de frente puede seguir creyendo que la prohibición en materia de drogas sirva para algo más que para lavar conciencias, o peor aún, para enriquecer a mafias que operan en solapado pero jugoso contubernio con políticos, estadistas, militares, policías y jerarcas que dicen oponerse a ellas “por el bien de la humanidad”. Cualquier análisis medianamente serio de la situación tenderá a arrojar la misma conclusión: el prohibicionismo es una medida a todas luces contraproducente. E irresponsable.


Esto es: no sólo no consigue lo que se propone, sino que además alienta y propicia aquello que pretende combatir. Con el agravante que, en muchos casos, engendra saldos trágicos y fatales consecuencias. Antonio Escohotado, profesor de derecho, filosofía y sociología en la Universidad de Madrid, esboza un listado de estos perjuicios al exponer que la vigencia del prohibicionismo “sostiene imperios criminales, corrupción, envenenamiento con sucedáneos y venenos, hipocresía, marginación, falsa conciencia, suspensión de las garantías inherentes a un Estado de Derecho, histeria de masas, sistemática desinformación y –cómo no– un mercado negro en perpetuo crecimiento”. La guerra a las drogas, afirma Escohotado, “es una guerra a la euforia autoinducida y delata miedo al placer”.


Por otro lado, la insostenible arbitrariedad evidente en la norma de castigar como delito federal el tráfico y la compraventa de ciertas drogas, a la vez que se permite (y hasta se estimula) la producción y el consumo de otras, no resiste la menor argumentación. Basta con hacer repaso de la Historia para constatar el reiterado absurdo detrás de toda prohibición. Dos botones para muestra, escogidos de entre tantos:


En Rusia, beber café fue, durante medio siglo, un crimen castigado con tortura y mutilación de las orejas; lo cual, por supuesto, no impidió que los usuarios lo bebieran por litros. Pero aún más emblemático es el caso del opio en India y China durante el siglo diecinueve: un consumo muy superior entre los indios (donde no estaba prohibido) produjo un número incomparablemente inferior de usuarios abusivos que entre los chinos (donde estaba castigado con pena de muerte).

El cártel del decomiso

¿Qué oscuros intereses y pugnas de poder se esconden tras el aparentemente noble propósito de frenar el trasiego de drogas y desarticular a las mafias que comercian y lucran con ellas al margen de la ley?


El prohibicionismo moderno es un invento de Estados Unidos, un subproducto de su tradición puritana y mesiánica. La cruzada contra las drogas es la versión actual de lo que fue la cacería de brujas en la Edad Media. Una nueva “santa inquisición” que no sólo ha dado pie, como se expuso algunos párrafos atrás, a que se agraven los supuestos males que pretendían combatirse, justificando el sádico exterminio y el abuso contra miles de personas (en su mayoría adictos y vendedores al menudeo); sino que, además, ha propiciado el enriquecimiento de los inquisidores y fomentado la prosperidad de los mercados negros.


¿Consecuencias? En Norteamérica, el arresto de usuarios y vendedores de poca monta –limpieza social disimulada tras una cortina de regulaciones legales– lo único que ha ocasionado es una sobrepoblación carcelaria sin precedentes. Cuando Richard Nixon declaró una guerra a las drogas en 1971, dos terceras partes de los fondos fueron destinados para tratamiento, que estuvo disponible para un número récord de adictos. Ello redujo dramáticamente los arrestos relacionados con drogas y el número de detenidos en prisiones federales, así como las tasas de delitos.


Desde 1980, sin embrago, la guerra contra las drogas ha sufrido un viraje hacia el castigo a los delincuentes, la vigilancia en las fronteras y el combate a la producción en los países de origen. Las consecuencias son evidentes: un enorme incremento de delitos (muchas veces, delitos en los que ni siquiera existen víctimas) relacionados con la droga y un crecimiento explosivo de la población carcelaria.


En los países productores, como Colombia, a quienes peor les va es a los campesinos pobres y a los intermediarios de baja jerarquía. Los demás, los capos, tienen influencias y operan bajo el manto de la impunidad. Curiosamente, el número de colombianos que mueren a causa de drogas letales producidas en Estados Unidos excede el número de estadounidenses fallecidos por la cocaína, y es mucho mayor en relación a la población. Lo mismo puede decirse de Asia Oriental con el cultivo de amapola y hachís. Estos países son empujados, no sólo a aceptar los productos estadounidenses sino además su publicidad, bajo amenazas de sanciones comerciales.


¿Y qué hay de los países “puente”, como Guatemala? Algunas detenciones, pocas de ellas importantes. Esporádicos alijos incautados, muchos de los cuales nunca llegan a incinerarse (que lo digan, si no, las decenas de toneladas de coca desaparecidas o ingeniosamente suplantadas entre confiscaciones, traslados y almacenamientos). El cártel del decomiso, que le llaman. Negocio redondo. Mientras tanto, al igual que en Estados Unidos, quienes llevan la peor parte, los que sufren el acoso policial, el escarnio de los tabloides y el encarcelamiento, son los compradores y vendedores al menudeo.

Alternativas a la prohibición

A la luz de su estrepitoso fracaso y la absurda arbitrariedad de sus premisas, ¿qué sentido tiene seguir promoviendo el prohibicionismo? ¿Existe alguna alternativa deseable y viable? La respuesta es sí, y la propuesta integral está orientada en tres direcciones principalmente:


1. Flujo de información. Para que surta los efectos deseados, ésta ha de ser preventiva, no alarmista ni timorata, e instruir sobre usos y desafíos.


2. Regulación de sustancias. Deberá ejercerse sobre la producción (para barrer con la droga rebajada o adulterada, y reducir los riesgos de intoxicación entre usuarios) así como sobre la venta, a través de gravámenes destinados a crear fondos para asistencia.


3. Tratamiento de adictos. Esta medida ha demostrado ser 23 veces más efectiva que la limitación de la oferta y 7 veces más que la aplicación de leyes punitivas, según un estudio financiado por el Ejército estadounidense. Ello sin mencionar la reducción en pérdidas económicas y humanas.


En resumen, sólo el uso informado de drogas legalmente reguladas permitirá márgenes aceptables de seguridad y autonomía para individuos, sociedades y naciones. El prohibicionismo es un despropósito cuyas repercusiones se pagan caras.

En el futuro

La droga se convertirá en una fuente de recursos esencial para los países productores primero, y después para los países consumidores. Para evitar el continuo desarrollo de la economía criminal, se suprimirán poco a poco las prohibiciones.

Llegará un momento en que la frontera entre drogas legales e ilegales desaparecerá; ya no habrá nada que se pueda prohibir, ni siquiera las drogas con efectos irreversibles en el cerebro. Constituirán una gama muy amplia de productos psicotrópicos. Cuando se conozcan los mecanismos genéticos de su acción, se podrá intentar yugular los riesgos de adicción y de irreversibilidad.


Lo anterior fue aventurado por Jacques Attali, antiguo consejero del ex presidente François Mitterand, en su Diccionario del Siglo XXI. Especulaciones, si se quiere, pero no por ello necesariamente alejadas de cómo será el mundo que heredarán nuestros hijos y nietos. Mientras tanto, y hasta que la prohibición sea levantada para dar paso a medidas más efectivas, “los buenos” seguirán siendo socios de “los malos”, y los de en medio seguiremos padeciendo persecución, estupidez y embuste.


En última instancia el reto está, no en no drogarse, sino en saberse drogar; de la misma manera que el viajero, más que abstenerse de un viaje, lo que ha de hacer es aprender a viajar. Las drogas, así como los viajes, sólo hacen más listo al que ya es listo, y más bruto al que ya es bruto.

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